miércoles, 17 de octubre de 2007

Rodas, 1522

El 26 de junio de 1522 (siglo XVI), la pequeña isla de Rodas, situada muy cerca de la costa turca, recibió la visita de 300 barcos que venían no precisamente en son de paz. Los Caballeros de San Juan (también llamados “del Hospital de San Juan de Jerusalén asentados en la isla desde 1310 y desde donde se dedicaban a guerrear contra el imperio turco), se enfrentaron a una amenaza muy seria.

Rodas era considerada una fortaleza inexpugnable, pero Philippe Villiers de L’Isle Adam, gran maestre de la Orden, con sólo 600 caballeros y 5000 soldados, más 7 barcos de guerra y careciendo completamente de artillería móvil, no pudo evitar que 100.000 turcos, comandados por Solimán el Magnífico, pusieran sitio al castillo donde se refugiaron los cristianos.

La Orden de los Hospitalarios, fundada en 1113 con el propósito de proteger a los que peregrinaban a Tierra Santa, había sido expulsada antes de este acontecimiento de tierra palestina y posteriormente de Chipre. Rodas era la última frontera delante del turco, a sólo 16 kilómetros de Anatolia y apuntaba como una flecha hacia los otomanos. Ahora Solimán, cansado de las correrías piratas de los caballeros cristianos se aprestaba a quitarse esa molesta espina. Los caballeros lo sabían y se aprestaron a una lucha a muerte.

A pesar de la gran diferencia de efectivos Rodas no era presa fácil. Estaba fortificada con gruesas y bajas murallas, rodeadas de fosos secos y parcialmente ocultos por explanadas hechas de tierra que resistían mejor a los cañonazos. El fuego de artillería ligera y los mosquetes podía hacer gran mortandad entre los atacantes y de hecho así fue.

Solimán se enfrentaba a su primer desafío en combate y confiaba plenamente en sus reorganizadas y aguerridas fuerzas y en el peso de su artillería. Por lo tanto empezó con un fuerte cañoneo que dio la impresión de acallar las defensas cristianas; pero al empezar el ataque de infantería, se encontraron que los caballeros, saliendo de sus refugios, habían resistido al implacable bombardeo y estaban dispuestos para la lucha. Las bajas fueron cuantiosas y el ataque resultó un desastre.

Varios ataques por sorpresa siguieron el mismo camino. Los zapadores y minadores se encontraron que sus intentos también resultaban vanos; un mar de llamas, producidas por gasolina incendiada, los achicharró varias veces impidiendo que las murallas saltaron por los aires. En la defensa de Rodas se destacó particularmente Gabriele Tadini di Martinego, especialista en fortificaciones recién llegado de Venecia. Su aporte fue esencial para detener los ataques turcos. Hizo instalar grandes tambores enterrados en el suelo, muy cerca de las murallas, con garbanzos encima. Cuando éstos empezaban a saltar era signo que los zapadores turcos cavaban en esa dirección. Así resultaba fácil preparar el contraataque.

Los cristianos resistieron en Rodas hasta el 25 de diciembre de 1522 y lograron que Solimán los dejase marchar a Creta. Caballeros, soldados y cientos de habitantes fueron así transportados hacia el exilio. Solimán jamás olvidó este sitio y cuentan los cronistas que la dura lucha le dejó una huella definitiva hasta su muerte el 4 de septiembre de 1566 en plena invasión de Austria.

Una excelente descripción de esta batalla puede encontrarse en el libro: “50 Batallas que Cambiaron el Mundo”, de William Weir, Inédita Editores, Barcelona, 2007.