miércoles, 16 de mayo de 2007

El acorazado Bismarck

Pronto, el 27 de mayo, será el aniversario del hundimiento del famoso acorazado ligero de 45.000 toneladas, que al mando del Almirante Lutjens constituía en 1941 el buqué más poderoso de la marina alemana de guerra.
Este acorazado mostraba simultáneamente el poder de la tecnología alemana y el atraso conceptual de sus altos mandos, incluyendo a Hitler, que seguían pensando en los acorazados como los buques más importantes de cualquier marina que se precie. En ese mismo año se demostrará que otra clase de buques eran realmente los importantes: el portaviones (los norteamericanos se salvaron milagrosamente en diciembre de 1941 del ataque de la aviación japonesa en Pearl Harbour).
Si el rearme alemán, que a partir de 1936 avanzó a velocidad de tren expreso, hubiera incidido en el fortalecimiento de la flota submarina y en la creación de portaviones de apoyo, es probable que la guerra se hubiera alargado un poco más. Más no fue así y, reconociendo el heroismo de los marinos alemanes, nos congratulamos de tal ceguera.
El Bismarck iba a funcionar como buque corsario, destinado a colaborar con los submarinos nazis en la interrupción del transporte hacia Gran Bretaña, pero su singladura duró poco. El 24 de mayo una formación británica de cuatro buques lo descubrió en su salida. De inmediato el Bismarck se defendió y hundió al acorazado Hood (sólo 3 se salvaron de una tripulación de 2.500) y dañó seriamente al Pince of Wales. Cuatro días duró la persecución, siendo atacado por aviones y barcos como el King George V, el Rodney, el Norfolk y el Dorsetshire. Al final, sin timón y navegando en círculos fue hundió a 649 km. de la base alemana de Brest. Sus dos mil tripulantes también lo acompañaron al fondo del mar.
Fué un duro golpe para una potencia que en ese momento brillaba con todo su maligno fulgor; y un anticipo de lo que el destino le deparaba.

jueves, 3 de mayo de 2007

Japón, a principios del siglo XX

El libro Los Guerreros del Oro, de Sterling Seagrave y Peggy Seagrave, merece leerse para tener una idea de lo que pasó a fines del siglo XIX y principios del XX en el Este de Asia. Una recensión del libro se encuentra en < http://librosylecturas.blogspot.com/search?q=Los+guerreros+del+oro>
El 8-febrero de 1904 Japón lanza dos ataques sorpresa, uno contra la base naval rusa de Vladivostok y otro contra dos buques de guerra rusos anclados en el puerto coreano de Inchon. La flota del Báltico, rusa, enviada en largo viaje por el Zar para combatir a los japoneses es derrotada en la batalla de Tsushima, en mayo de 1905. Como consecuencia Rusia pide la paz y cede a Japón el sur de la isla de Sajalín, sus contratos comerciales con Manchuria y el control de su línea ferroviaria que atravesaba la zona.
Japón, inmediatamente declara la guerra a Corea y la toma bajo su dominio. El 22-agosto de 1910 Corea deja de existir como país es incorporada al territorio de Japón. Los japoneses instauraron una férrea dictadura para aplastar cualquier reacción coreana y establecieron una policia omnipresente, la Kempeitai, similar a la gestapo nazi, para erradicar cualquier respuesta de patriotas coreanos. Los japoneses expoliaron sistemáticamente toda la península coreana, utilizando extensivamente la intimidación, el chantaje, el secuestro y la brutalidad con los prisioneros, más de 140.000 en 1918. Toda Corea fue despojada, tanto de sus obras de arte, como de los productos agrícolas básicos, llevándolos en masa a Japón donde sirvieron para diversos fines políticos y para alimentar las ricas colecciones privadas de arte. Según el historiador coreano Yi Kibeck, el objetivo de la invasión japonesa fué: "erradicar la conciencia de una identidad nacional coreana, empezando por sus raíces, y borrar de ese modo de la faz de la tierra la existencia misma del pueblo coreano" ( pag.9, op. cit.).
La experiencia exitosa de Corea, llevó a los japoneses a invadir Manchuria y a establecer un gobierno títere que le permitiese las manos libres. El caso de Manchuria era diferente al de Corea, ya que carecía de grandes riquezas, en cambio el país tenía buena tierra, bosques y depósitos minerales que estaban listos para ser explotados. Y así fue, una rapiña desenfrenada se abatió sobre esta zona, del tamaño de dos Texas, y así fue como Manchuría se convirtió en el período de entreguerra en el principal centro asiático de drogas duras y en una colonia esquilmada del Japón imperial.

El detalle de esta operación puede leerse en el libro mencionado, y cómo tenemos muy poco material en español, la información que ofrece es esencial.

La ocupación de Manchuria sirvió al ejército japonés para establecer una base contra China y la zona fue utilizada para una serie de campañas relámpago sobre el Imperio del Centro ocupando cuatro provincias chinas; y para más recochineo el Japón anunció la “independencia” de Manchuria que pasó a llamarse Manchukuo con Pu-Yi al mando; el último emperador manchú de China encontró un gobierno que en realidad nunca pudo ejercer.

La historia de Pu-Yi y cómo colaboró con la ocupación japonesa en detrimento de su país es lamentable y en un mínima parte fue reflejada en la película “El último emperador” dirigida por Bernardo Bertolucci; lo que en la película no aparece es el duro régimen estblecido por los japoneses en todo el territorio supuestamente independiente. Una historia de saqueos y expoliación que todavía espera ser conocida y reconocida en nuestro mundo.