domingo, 2 de noviembre de 2008

La liburna


En la antigüedad también se inventaba, algo que parece una obviedad pero que en nuestro tiempo de abruptos cambios tecnológicos resulta estimulante pensar en ello. Algunos inventos, quizá muchos, nunca llegaron a ser conocidos por la sencilla razón que no tuvieron éxito. En la imagen se ve uno de ellos. La liburna, que a fines del período antiguo era sinónimo de “nave”, aunque en su origen se refería a una embarcación con dos filas de remos y proa de bronce. Pues bien este invento proponía la sustitución de la propulsión manual por la animal. Seis bueyes hacen girar por pares tres cabrestantes en la cubierta del barco; y éstos mueven tres ruedas de paletas en el exterior de la borda.

El invento, que combinaba dos tipos de molinos conocidos en la época (el tradicional y el molino de agua vertical), estaba pensado para ahorrar efectivos “sine auxilio cuiusquam turbae” que cómo se puede entender perfectamente, permitiría a los navegantes de barcos de guerra sobre todo, prescindir del auxilio de la “turba”, esos remeros con que solían pagar sus culpas los condenados.

El invento era práctico y en cierto modo adelantaba los barcos de rueda que en muchas películas aparecen, con sus respectivos tahúres, en el Misisipi, entonces ¿por qué no se puso en práctica? Por un lado técnicamente tenía problemas. Para realizar la operación encomendada los bueyes debían describir, como mínimo, un círculo de 3 metros de diámetro lo que era imposible con las dimensiones de la cubierta en los barcos de la época (incluyendo todo el espacio útil que era menester para operar a bordo). Por el otro, existían razones sociológicas que hacían el invento innecesario; mientras existiera abundante mano de obra barata ¿para que innovar?

Fuente: “Anónimo sobre asuntos militares”. Edición de Álvaro Sánchez-Ostiz. EUNSA. Ediciones de la Universidad de Navarra, SA. Pamplona. Noviembre 2004. pp.192.

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