lunes, 19 de febrero de 2007

La batalla de Stalingrado

A mediados de Octubre de 1942 el General Von Paulus lanza el ataque más desesperado de toda la batalla de Stalingrado con el ánimo de desalojar totalmente las tropas rusas atrincheradas en una estrecha franja al costado del Volga. El 14 de octubre la ofensiva arrecia, escribe Vasili Grossman: "Sólo aquí sabe la gente lo que es un kilómetro. Un kilómetro son mil metros, o cien mil centímetros. Los subfusileros (alemanes) borrachos empujan con una testarudez lunática. No queda nadie que pueda contar como combatió el regimiento de Markelov... Sí, eran simples mortales y ninguno de ellos regresó" (1)

Rusos y alemanes entremezclados en un frente sinuoso se matan entre sí con furia y desesperación. En las alcantarillas de la ciudad, en los edificios destruidos por las bombas, en las fábricas arrasadas pero que aún mantienen en pié sus estructuras; por todas partes se dispara con todo lo que hay a mano, pistolas, subfusiles, ametralladoras... tanques, cañones y las baterías rusas de la otra orilla del río que a veces bombardean a sus propias tropas de cerca que están unas con otras. Ni siquiera el cielo estaba tranquilo ya que los Stukas atacaban también intentando desalojar a los rusos aferrados tercamente a sus posiciones.

Cuenta el periodista: "...estaba una mecanógrafa del cuartel general, Klava Kopilova, una gordita siberiana de rojas mejillas, que había comenzado a mecanografiar la orden de batalla en el cuartel general y quedo enterrada por una explosión. La sacaron fuera y siguió mecanografiando en otro búnker. Volvió a quedar enterrada y la extrajeron de nuevo. Finalmente acabó de mecanografiar la orden en el tercer búnker y se la llevo al comandante de la división para que la firmara".

Los relatos de los supervivientes son estremecedores; la mayoría quedó marcada para toda su vida por los episodios de esos meses. Las mujeres pelearon al mismo nivel que los hombres realizando sus tareas como si estuvieran en la retaguardia. Cuenta Grossman que cubrió la batalla desde el mismo lugar donde sucedió: "Nuestras chicas, con termos a las espaldas, nos traen el desayuno. Los soldados les hablan con mucho humor", y más adelante describe en una lista improvisada algunas de las bajas femeninas individualizándolas una a una : "Liolia Novikova, una risueña enfermera que no le tenía miedo a nada, fue alcanzada por dos balas en la cabeza. Nina Lisorchuk, herida. Katia Borodina, la mano derecha aplastada. Antonina Iegorova, muerta. Se lanzó al ataque junto con su pelotón. Era una enfermera en prácticas. Un subfusilero le disparó en ambas piernas y murió por la pérdida de sangre. Tonia Arkanova acompañaba a los soldados heridos y fue dada por desaparecida. Galia Kanisheva, muerta por la explosión directa de una bomba...".

La batalla prosigue día tras día sin interrumpirse, los soldados no duermen, o lo hacen en cualquier lado, rendidos, cuando ya no aguantan más. La distancia entre enemigos llega a ser de pocos pasos "Si se interrumpen las comunicaciones, es fácil comunicarse con los regimientos de viva voz" dicen, en broma, en el Cuartel General.

A pesar de todo, los rusos aguantaron el embate del, en ese entonces, el ejército más aguerrido y potente de la tierra. Aguantaron septiembre, todo octubre, noviembre..., hasta que las tornas se giraron y el 62º ejercito quedó encerrado y luego aniquilado a finales de enero del próximo año. El, por ese entonces, ascendido Mariscal Von Paulus (para que muriera cubierto de honor, como quería Hitler), prefirió, en cambio, la vida en cautividad junto con los sobrevivientes de su ejército, y la batalla de Stalingrado pasó a ser el punto de inflexión de la guerra y un símbolo de lo que puede hacer la gente cuando está dispuesta a no ceder.

(1) Las referencias entrecomilladas pertenecen al libro, recientemente aparecido en lengua española "Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945", de Antony Beevor, Editorial Crítica.

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